8.11.06


La capacidad camaleónica del ser humano para adaptarse a lo que le echen encima la comprobé hace bien poco. La otra noche pasé en pocos minutos de estar en un apacible concierto de Luis Pastor de tranqui, nostálgico, revindicativo, íntimo… a estar en el bar más prutrefacto de Huertas, lleno de guiris chochonas cuantrópiñeras cantando lo último de Bisbi mientras un juego de focazos multicolores teñía de violeta hortera el chupito peleón al que nos habían invitado. Madre mía.

Aparte de todo esto, estaba más cansada que Chabeli tras un reto de Saber y Ganar y cuando llegué hice el típico intento: yo me tomo algo y me voy para casa que es que estoy molida, de verdad. ¿Qué? Que, que dices… nada, nada, tu aquí a aguantar, nada, que estamos de fies, tíaaaaaa … Me dolía la riñoñá como si llevara todo el día con un luchador de sumo colgado de las caderas. Así no se puede.

Acabamos en la fontanería, un bar con más luz que el salón de mi casa al mediodía y la música más baja que el hilo musical de mi dentista. Yo ya no esperaba nada pero llegó lo mejor de la noche, cuando una chica tímida y – en apariencia – discreta ( no daremos nombres) se puso a contarnos su escatolento pasado y sus escarceos con las drogas. Otra amiga, que vive en yupi´s world no dejaba de flipar:

- No, pero ahora en serio, que ya no me meto
- que no te metes dónde
- farlopa, que no me meto farlopa
- que es eso
- la farlopa es la coca
- coca… cocaína?

Impagables los caretos del personal durante toda la conversación porque no tuvo desperdicio. Lástima no haber visto el mío propio.